jueves, 28 de abril de 2016

LOS HITOS

Sin caricias nace el día
Amenaza día cualquiera
con la resaca de siempre
Y sin ninguna primavera (...)
Aunque no tenga soga al cuello
Sigo sin poder ladrar
Que siento que perdí mis sueños
En la puerta de algún bar...

  Rutina en las venas. Gritando en silencio. 


Tengo unos cuantos temas para desarrollar en el blog, algunos de ellos ya tienen cierta forma y están en en el apartado de borradores, pero no consigo el nivel de concentración necesario para dar forma a algo potable que presentar al lector. Debido a ello me voy a aventurar a hacer una entrada sin orden ni concierto (aunque tal vez sería más correcto escribir menos orden y concierto que el habitual, si eso es posible). ¡Vamos a ello!
En estos últimos tiempos la frase de moda en mi entorno, creo que yo he contribuido de manera muy decisiva a que se convierta en un referente, es: Hay que disfrutar de las pequeñas cosas. Este enunciado, del que no reniego, porta una pequeña/gran trampa, pues los grandes acontecimientos resultan cruciales para encauzar, para bien o para mal, las vidas de los seres humanos. Los pequeños detalles, en general asociados a la rutina, acontecen como consecuencia de los grandes acontecimientos. Podemos decir que las pequeñas cosas de la vida acontecen en un entorno predeterminado por los hechos, pocos, cruciales de nuestra vida. Veamos a qué me refiero.
Desconozco la edad del lector que se está enfrentando en estos momentos a este post, pero intuyo que ya tendrá detrás de sí una serie de experiencias vitales considerables. Es casi seguro que si el amable lector hiciese un repaso rápido, o no tan rápido, a su vida, surgirían una serie de acontecimientos que distan mucho de poderse considerar anecdóticos o insustanciales: el nacimiento de los hijos, el inicio y/o la ruptura de relaciones afectivas "serias", la incorporación al mundo laboral, el éxito o el fracaso en dicho entorno, la muerte de familiares o personas queridas, la enfermedad propia o ajena... A partir de estos acontecimientos se va construyendo nuestra vida, en la que suceden los pequeños hechos. La paternidad, la estabilidad emocional o laboral... conforman una forma de vida, en la que se construyen los sucesos que debemos disfrutar.
Una familia en la que todos son parados de larga duración tendrán muy difícil disfrutar de una maravillosa cena romántica en un restaurante con un menú de 50 euros. 
Las vacaciones de una pareja de 30 años sin hijos y de otra de la misma edad con dos hijos serán sustancialmente diferentes. Incluso disponiendo del mismo dinero por persona para disfrutar de ese período de asueto. 
Tampoco descubro nada nuevo al lector si escribo que además del contexto material, físico o más visible, los grandes sucesos en la vida de las personas condicionan la situación emocional de cada uno de nosotros y con ello su capacidad para disfrutar o no de esas pequeñas cuestiones de la vida diaria. Tal vez sería necesario precisar que esta influencia en nuestros sentimientos no se extiende en el tiempo per saecula saeculorum. La euforia de enormarse, conseguir un magnífico trabajo... dura un tiempo limitado (a veces por las hormonas). La tristeza generada por la muerte de un ser querido, por la enfermedad o por una ruptura también tiene una duración finita. 
Creo que existe una edad, que no se puede situar entre tal y cual año de nuestra vida, en la que nos olvidamos de la necesidad de vivir cosas extraordinarias de carácter positivo. Puede que por ello apelemos a la capacidad de disfrutar de las pequeñas cosas de la vida (lo que se sale en mayor o menor medida de la rutina). Existe una época de nuestra existencia en que nos limitamos a huir de aquellos hechos trágicos que, de manera indefectible, deben llegar.
Mientras escribo esto pienso, tal vez de manera equivocada, que, en cierta forma, estamos entregando la cuchara cuando vivimos así. O, también es posible, es lo que toca a partir de un determinado momento de nuestra existencia. No lo sé. Bueno, en realidad si lo sé. Creo que lo importante es saber cuando el gran momento, el suceso determinante, ha dejado de serlo. Cuando el gran acontecimiento ha perdido la capacidad de generar pequeños instantes que poder paladear. Discernir ese momento y avanzar para crear otro acontecimiento especial, otro hito reseñable en la biografía de cada uno. Tal vez sólo se trate de eso. De saber cuando se deben crear nuevos miliarios en el camino, porque lo recorrido con anterioridad ya ha perdido su capacidad de atraparnos.
Me gustaría aclarar que no se trata de una búsqueda eterna, sería absurdo. Puede que incluso, en un momento dado, no haya que buscar nada más en ciertos aspectos (afectivos, laborales...). Lo sustancial en este asunto radica en que el marco en el que se encuadra la vida sea satisfactorio, para que la rutina (indispensable) pueda proporcionar esos pequeños momentos de gloria vivible. 


viernes, 22 de abril de 2016

MORAL, AMOR, INTERNET, SENTIMIENTOS...

Empiezo a creer que el gran éxito de las clases dominantes se basa en imponer una moral sin que nadie la cuestione. Al contrario, existen un montón de imbéciles que hacen lo posible, y hasta lo imposible, por demostrar su adhesión inquebrantable al régimen moral imperante. Por supuesto, este tipo de actitudes doctrinas generan una gran cantidad de contradicciones entre los fieles seguidores, así como en sus mesías, en su vida cotidiana, pero para eso se inventó lo de criticar al otro. 


Escribiendo esto me ha venido a la cabeza algo defiendo desde hace tiempo que poco, o nada, tiene que ver con lo anterior. La gente adulta suele admirar la "simpleza" de los niños a la hora de enjuiciar el mundo que le rodea. En realidad se trata de su incapacidad para ver las cosas de otra manera, pues su desarrollo cognitivo no da para más, pero, desde nuestra visión de adultos, pensamos que esa facultad es inocencia (cosa de la que están lejos muchos niños cuando, en ocasiones, se comportan, de manera intencionada, de modo reprobable), cuando en realidad todo se debe a su estadío evolutivo. Uno, que dejó la niñez atrás hace mucho tiempo, piensa que lo más bonito de este mundo es ese momento en que se vuela bajo, fruto del amor. ¿Os acordáis de como funciona esa historia?


Volviendo a la moral, ¿no pensáis que hay demasiada gente preocupada por cómo debemos actuar, hablar y hasta pensar? y no me estoy refiriendo sólo a la casta sacerdotal o al económica. Demasiadas personas, muchas de ellas escondidas (como yo ahora mismo) detrás de un ordenador o de un teléfono móvil. Demasiada gente ejerciendo de fiscal y de juez, preocupándose por construir un mundo moral para los demás, sin preguntar si a los demás les parece bien. Tal vez exista la necesidad de sentirse útil y enrollado con uno mismo y, sobre todo, tenemos la imperiosa obligación  de demostrar a los demás que lo somos. Sin embargo, no existe la exigencia de conocer si lo que se pretende es lo correcto o sólo existe fruto del esnobismo. 


Internet ha supuesto una nueva forma de relacionarse con el mundo. Ya no es necesario salir de casa para contribuir a cambiar el mundo, o al menos intentarlo. Se pueden conocer noticias casi un segundo después de que ocurran y la gente se puede agrupar para luchar por una causa, expresando su opinión o recogiendo firmas. Resulta curioso que en las únicas ocasiones en que las redes sirven para cambiar las cosas es cuando los ciudadanos quedan a través de ellas para tomar la calle y protestar contra la barbarie del poder. Conocer lo que ocurre con prontitud o las tragedias de lugares lejanos no sirven para cambiar las cosas. Ni tan siquiera la recogida de firmas per se sirve para modificar los asuntos. Si detrás de esas firmas no hay una organización potente o unos medios de comunicación resulta muy complicado poner en práctica cambios.


La idea de recoger firmas a través de Change. org me pareció excelente en un principio. A fecha de hoy tengo mis dudas sobre la bondad de su función. Uno de los trucos más viejos para vender algo es apelar a los sentimientos, si me apuran a lo instintivo. Para ello no hay que dar grandes explicaciones a los destinatarios, basta con presentar una información descarnada. Además, una parte significativa del personal no va a indagar en otros lugares sobre esa información, porque, ni tan siquiera, se va a molestar en leer para qué firma. He visto en Change.org campañas para recoger apoyos por cuestiones, sobre las que he leído, y me parecen vergonzosas. Sin embargo aparecen muy bien presentadas, sobre todo si no te informas sobre el asunto. Imagino que todo se puede resumir en sentirte útil y la superficialidad imperante.


Me gustaría concluir retomando, en cierta forma, el segundo párrafo. Existe una preocupación enfermiza por poner ladrillos al edificio moral que sustenta nuestra sociedad, sin embargo, parece molestar mucho que se expresen, y se vivan, sentimientos o sensaciones como la felicidad, el miedo, la ira, el amor, el deseo, la incertidumbre, la soledad... Tal vez en este aspecto resida la clave: mucha gente preocupada por decirnos como debemos estar y despreciando como sentimos. No se trata de esa cosa tan de moda que responde al nombre de inteligencia emocional. Se trata de vivir sin ocultar lo que nos hace humanos.

miércoles, 20 de abril de 2016

EL PERRO MÁS FIEL A LA MENTIRA.

La traición es en gran medida una cuestión de hábito.
John le Carré.

Para la entrada de hoy voy a solicitar al amable lector que aparque su ideología. Déjela descansar un rato, que, casi seguro, la utiliza con cierta frecuencia y no la vendrá mal un reposo. Nada más fácil que pensar que ha sido secuestrado por unos alienígenas, de los de Íker Jiménez, o de los del planeta Raticulín, y que, tras ese rapto, su mente ha quedado tan en blanco como las camisas de los anuncios de detergentes. 
Lo reconozco, con cierta frecuencia solicito que se alejan de su realidad y se pongan en el lugar de otra persona, pero éste no es el caso. Sólo les pido que se olviden de sus ideas, preferencias y demás bagajes intelectuales y morales. Va a ser un momento de nada; o de todo. Luego, no lo duden, llamaremos a las naves de Ganímedes y Raticulín y su mente volverá a ser la misma que antes; si así lo desean.
Una vez puestos en situación busquemos una ambientación adecuada. Por ejemplo, las siete de la mañana en un país llamado España (ustedes eligen la localidad). Acaba de sonar el despertador (sí, ese cacharro apestoso, asociado a la rutina) y proceden a hacerse un café mientras escuchan la radio. En concreto, una emisora donde emitan noticias. Descartemos a Federico Jiménez Losantos, tampoco hace falta empezar el día insultando a todo perro quisque, y elijamos un par de emisoras al azar: la SER y la COPE. Es posible que, debido a su nuevo estado, recién estrenado, no sepan que son la SER y la COPE; pues yo no se lo voy a decir, aunque le voy a dar algunas pistas, para poder ajustar el cuadro de su despertar. 
Ambas emisoras, como ya se ha dicho, emiten noticias, o algo similar, a esas horas de la mañana. En una trabaja una mujer, que no dice tener una ideología, y en la otra el puesto de locutor se encuentra ocupado por un hombre que tuvo bigote, que dice no tener la ideología contraria a la mujer de la que hemos hablado con anterioridad.
Lo reconozco, hasta aquí todo parece un galimatías. Pues agárrese, qué vienen curvas.
Resulta que el del bigote perdido, y la que no lo tuvo, se dedican a informar a sus oyentes sobre los sucesos más importantes acontecidos en las últimas horas o en los últimos días, si la cosa es muy importante. Sin embargo, ¡cágate lorito!, lo que resulta importante para el uno, puede llegar a no ser ni mencionado por el de la emisora de enfrente. ¿Cómo? ¿Qué las noticias no coinciden? Pues sí.
¡Lo siento, querido y abducido lector! Las cosas son así en el mundo de la información española. Pero (redoble de tambor), ¡aún hay más!
Le propongo que el amable oyente siga escuchando al del mostacho que fue, o a la que careció de él. Es muy posible que, fruto de su amnesia temporal, no consiga identificar la ideología, tal vez sea mejor decir el partido, defendidos por el uno y la otra. Pero, pero, pero, lo que sí conseguirán saber con prontitud es el nombre del rival político, enemigo, o como queramos definirlo, del locutor en cuestión. Sí, estimado lector, una buena parte del tiempo dedicado a la información de estos próceres del periodismo se destina a zarandear a base de bien al que ocupa el escaño ajeno.
Haga la prueba. Coja un cronómetro, o el móvil, y sume cuanto espacio de su programación dedican el uno y la otra a transmitir informaciones y cuanto a despellejar al que parece no coincidir con su ideología. En este sentido también cuenta cuando llaman a expertos sobre un tema que, por casualidad, tienen la misma opinión que ellos (la palabra opinión no ha aparecido por casualidad) sobre el asunto en cuestión.
Imagino que tras esta pista ya han podido ubicar un poquito más a nuestros protagonistas. Lo más probable es que tengamos mala suerte y ese día ni el uno ni la otra entrevisten a ninguno de los líderes políticos más importantes del panorama español, pero, casi con total certeza, alguno de los segundos, o terceros, espadas de algún partido político harán acto de presencia en el programa. Y es aquí, querido lector, donde tendrá la pista definitiva del pie que cojea cada uno. La connivencia, a veces rota por alguna pregunta histriónica para intentar disimular, con aquellos conmilitones o las preguntas punzantes repetidas, una y otra vez, a quien no comparte cuerda ideológica delatarán de qué pie cojea cada cual.
Vamos a tomar un poco de aire, que le vendrá bien al lector para coger fuerzas e integrar toda la información que va adquiriendo. Voy a hacer un pequeño resumen de lo visto hasta ahora, para facilitar la digestión de todo lo visto hasta el momento.
En dos programas que se dicen informativos las noticias no pueden coincidir en un mismo día y hora.
En todos estos informativos una parte significativa de los mismos se dedica a zurrar al que no piensa igual, utilizando cualquier medio para ello.
A los que son de la cuerda se les suele tratar mejor en las entrevistas que a aquellos que poseen otra forma de entender la política. Aún recuerdo a la una y al otro babeando, respectivamente, ante un fulano que fue presidente del Gobierno en los años ochenta y noventa y ante un fulano que fue presidente del Gobierno en los años noventa y principios de la primera década del dos mil.
Respecto a lo de los expertos me gustaría hacer una acotación que, tal vez, sirva al lector para hacerse una mejor composición de lugar de la distante vida del antiguo bigotudo y de la siempre imberbe presentadora.
Existen una serie de aspectos, relacionados con las Ciencias Naturales por lo general, que no admiten interpretaciones. Por ejemplo, si se ha descubierto agua en Marte, eso no admite discusión alguna. Sin embargo, en todo lo relacionado con las Ciencias Sociales o Humanas las interpretaciones pueden llegar a ser diametralmente distintas (pudiendo tener parte de razón las dos, no tener razón ninguna o tener razón sólo una de las dos). De hecho, si uno escucha al experto que lleva la mujer que nunca tuvo pelo sobre el labio, puede diferir en todo del experto que ha decidido consultar el hombre que no tiene media melena.
¿Expertos que no coinciden en la interpretación de la realidad? Sí. La una y el otro recurren a un viejo concepto de la Psicología Social: presentar a alguien fiable (o que ellos dicen es fiable, por ser un pretendido conocedor del tema a tratar), que avale las ideas defendidas por el locutor.
Lo sé. Lo sé. Sé que el lector se está revolviendo en su asiento, porque considera que para informar sobre un asunto se deben dar todas las visiones posibles del mismo. Ya, pero eso supondría confiar en el oyente y cesar en el adoctrinamiento sistemático del escuchante. Seguro que, de maenra inevitable, le ha vuelto la memoria al amable lector y empieza a recordar que la llamada prensa libre le trata como a un objeto, que sólo sirve para conseguir sus fines: compartir la ideología (tal vez sería más adecuado decir intereses) que defienden ellos y, sobre todo, sus jefes. Siento haber devuelto al lector a la cruda realidad. Pero no se preocupe, acabo pronto. Un par de minutos y dejamos este ejercicio de amnesia, no tan amnésica.
En este país una buena parte de las exclusivas son fruto de filtraciones de tipos cabreados, abogados que buscan sacar ventajas para sus clientes y otros tipos que buscan venganza o ventaja gracias a la información que largan a los medios. Esto no implica que no existan equipos de investigación que destapen casos de corrupción de cualquier tipo. Sin embargo, si usted escucha a la mujer que defiende defender la independencia informativa y al hombre que defiende defender poseer la verdad absoluta, de vez en cuando, fardarán de que su cadena ha desenterrado un escándalo que te cagas (por lo general nimiedades), porque (¡tachán, tachán!)... su función es descubrir lo que se oculta al común de los mortales. Ellos, la una y el de más allá, han venido al mundo para iluminarnos sobre mala gente que pretende abusar y aprovecharse de nosotros. El lector no podrá estar más de acuerdo con este postulado. La función de la prensa es desentrañar misterios, conspiraciones, y, como hace poco hizo un periódico digital, alardear de que hacen su trabajo. Pues, siento decepcionarle, pero esa no es la finalidad principal de la prensa. Esa parte de la historia es la más espectacular, y la que justifica la miserable vida laboral de personajes como los que hoy nos ocupan. La finalidad de la prensa es mediar entre la realidad y el informado, transmitiendo de manera veraz lo que ocurre en entornos más o menos próximos. Enseñar al lector la realidad, que por falta de medios o de formación no es capaz de conocer. Pero no debemos olvidar que lo acontece no es sólo lo espectacular y, en especial, lo sórdido. Una nueva medicina, una nueva vacuna, la mejora de la calidad de vida en un país, resultan tan importantes y gratificantes como un escándalo; pero nuestros amigos, la del mostacho inexistente, y el de la melena que nunca fue, saben que vende mucho más un poquito de sangre, o mucha, para apoyar sus tesis.
Haga el amable oyente el mismo ejercicio que realizó con anterioridad con su cronómetro o con su teléfono móvil. Mida el tiempo que ocupan las noticias positivas en los programas de ambos elementos y...
Pero lo que nunca, nunca, nunca le contarán el hombre que poseyó un bigote y la mujer que nunca lo poseyó, es todo lo que saben y callan. Todo lo que ocultan para no perjudicar a los suyos, o que guardan en el cajón, en espera del momento adecuado para hacer más daño al contrincante. O, como escuché en un medio a los miembros de una tertulia (en la que participaban dos personas de derechas y dos que se pueden encuadrar en el progresismo): existen directores que a cambio de que que un empresario inserte publicidad en sus medios, se olvidan de tal o cual escándalo, que puede no favorecer mucho al empresario en cuestión. Aseveración con la que los cuatro contertulios dijeron estar de acuerdo y sobre la que dieron sobradas muestras de ser capaces de poner nombre a los directores en cuestión.
Como el lector, que ya habrá recuperado su memoria, puede comprender resulta difícil discernir sobre lo más tremebundo del asunto: directores que chantajean a personas para no publicar noticias o personas, algunas periodistas, que conocen el chantaje de sus compañeros de profesión y callan, perjudicando tanto a su profesión, como a las personas que son estafadas.
Creo que ha llegado el momento de cerrar la entrada y agradecer al amable lector haber llegado hasta aquí.
Un saludo.

jueves, 14 de abril de 2016

DE USAR Y TIRAR

Es el juego del gato y el ratón 
tus mejores años clandestinidad 
no es muy difícil claudicar 
esto empieza a ser un laberinto 
¿Donde está la salida? 

Estas asustado, tu vida va en ello 
pero alguien debe tirar de gatillo. 

Tu infantil sueño de loco 
no es respuesta demencial 
este juego ha terminado 
mucho antes de empezar. 

No hay tregua. Barricada

Esta entrada lleva más de medio año en mi cabeza y hasta ahora no he encontrado el momento de darle forma. Lo que me ha decidido a enfrentarme por fin al teclado ha sido la excarcelación de un histórico de E.T.A., tras cumplir su condena, o parte de ella. 
No es mi intención hablar de etarras, francotiradores (ya contaré por qué hablo de francotiradores), buenos y malos, ni nada por el estilo. El objetivo de este post es reflexionar sobre el trabajo individual bien hecho (o, al menos, realizado de forma efectiva) al servicio de una causa que acaba convirtiéndose en un fracaso.
El caso del etarra que ha abandonado la cárcel resulta simétrico al hecho que me iluminó: la vida real de un francotirador que ejerció su labor, desde mi punto de vista asesina, en Irak. Si le digo al lector que Clint Eastwood llevó, hace no mucho, la vida del citado militar a la gran pantalla, seguro que sabrá de quién hablo. Como en el caso del asesino español, el marine cumplía con lo que creía su misión para conseguir una meta en la que él sólo era un eslabón. Un eslabón tan necesario como el general de turno o el tipo que limpia la base a la que regresaba el francotirador tras su misión.
Antes de continuar me gustaría decir que el objetivo de este post no es valorar la catadura moral del francotirador o el etarra. Lo que pretendo es algo bien distinto. Mi intención es hacer reflexionar al lector sobre un aspecto bien distinto. Para ello le voy a pedir al lector que se ponga en la piel del francotirador, del etarra, o de cualquier otro individuo cuya misión se salga de lo normal y, en especial, frise con lo legal, o con lo ético, en un contexto no excepcional. Además de ponerse en la piel del sujeto en cuestión, debe hacer un segundo esfuerzo: convencerse, como el tipo al que suplanta de manera provisional, de que su causa (conquistar un país, la independencia de una región, la expansión de su empresa...) es justa, por muy odiosa que pudiera parecer al común de los mortales.
¿Ya se ha puesto el lector en el pellejo de uno de estos personajes? ¿Qué ha sentido? Creo que la respuesta puede ser: lo mismo que antes de conocer la segunda premisa planteada. En el fondo se trata de actos execrables.
Es casi seguro que el francotirador, el etarra, el neonazi... que recurre a la violencia para "conseguir sus fines" no piense lo mismo. No sólo eso: en todos los casos se consideran unos privilegiados por poder contribuir a una causa noble. En el fondo están convencidos de lo que lo hacen y de por qué lo hacen. Como he dicho, no deseo juzgar en esta entrada esas motivaciones, que, por otra parte, se juzgan por sí mismas. Me preocupa mucho más saber lo que ocurre cuando las causas, o la afección hacia las mismas, decaen. ¿Qué piensa sobre su papel en la lucha el francontirador cuando contempla que la invasión de Irak fue un fracaso y un montaje? ¿Qué siente el etarra cuando al salir de la cárcel contempla que la organización a la que perteneció es un mal recuerdo? ¿Qué lleva al neonazi a abandonar a sus "camaradas" de lucha?
En resumen: ¿Qué siente una persona que ha cumplido con su "misión" a la perfección cuando comprueba que la causa por la que luchaba era un fiasco?
La misión de matar, apalear, generar miedo, acaparar dinero a toda costa... como acto individual para conseguir un bien mayor, bien mayor que resulta ser una quimera. No sé lo que se puede llegar a sentir. Imagino que cuando se llega pensar que no se encaja en una idea, aspiración o meta, o cuando esta idea, aspiración o meta se derrumba per se, el individuo pasa por un proceso hasta que se reubica y valora su papel. Pero, de igual manera, intuyo que la sensación de haber perdido el tiempo vital, de haberse dejado engañar tiene que ser muy fuerte.
También puede existir una visión del asunto desde otro punto de vista. Se puede abordar desde la nula importancia que los creadores y mantenedores de las causas dan a las personas que participan en sus "aventuras". El francotirador, el etarra, el neonazi son sólo peones para conseguir una meta superior. No importa quienes sean. Lo importante es conseguir peones para llevar a cabo el plan. No importa que la causa se derrumbe. Nadie va a pedir perdón por embarcar al francontirador, al neonazi, e incluso al etarra al que se le vendió desde pequeño una idea estúpida en una aventura asesina y cruel. ¿Para qué? Demasiado tienen los ideólogos con seguir viviendo a cuerpo de rey o con buscar la manera de medrar sin hacer mucho o, directamente, sin hacer nada.
Pero,volviendo a la visión del individuo, ¿cómo se sentiría usted si hubiese sido el francotirador, el etarra, el neonazi... tras comprobar que ha dedicado parte de su vida, tal vez la mejor, a servir a unos objetivos quiméricos?
Un saludo.






lunes, 11 de abril de 2016

SIN TÍTULO


HORIZONTES 

No entiendo a quienes dan una segunda oportunidad
A la segunda oportunidad. 
A lo mejor todo se debe a su constitución,
Están creados del sonido del tráfico,
Las luces lejanas de los neones 
Y el aire denso e irrespirable del anticiclón.
Prefiero alimentarme del presente
O de un futuro proteico 
De horizontes por contemplar.
Horizontes para colgar sábanas
Empapadas de desnudez.





SIN NOMBRE

Querría rimar algo con ese nombre,
Pero se me olvidó rimar,
O, tal vez, no exista ese nombre.
Resulta fácil juntar la piel sin nombre,
Sólo el instante, sólo la soledad postrera.
Lo complejo es urdir la permanencia,
El nombre que ha de ser.
Desaprender se puede convertir en hábito,
Desconocer
Coleccionar olores, formas, gemidos desconocidos,
Desaprendidos.
Lo mejor puede ser recibir un anónimo
Con un nombre en letras de diario.
Grafía de lunes odiado o de domingo sin norma fija.
Un mensaje para posar calmo los ojos
Descifrando nada más,
Y nada menos,
 El calor cercano, casi animal, y casi maternal,
Donde acurrucarse
Mientras languidece lo intrascendente.
 Pero hoy sólo
Querría rimar algo con ese nombre,
Pero se me olvidó rimar,
O, tal vez, no exista ese nombre.




¡JODER!

¡Joder! Domingo por la tarde!
¡Joder! Pienso mientras dejo escurrir el tiempo futuro.
Inactivo.
Inactivo yo,
El tiempo navega entre los engranajes de mi pensamiento,
¡Joder! Pierdo el tiempo.
Mañana será lunes.





UNA VEZ TUVE MIEDO

Una vez tuve miedo a equivocarme.
No era un miedo poderoso,
Al contrario,
Se trataba de un miedo respetuoso y sociable,
Casi un compañero de viaje ideal.
 Se mostraba calmo durante buena parte del tiempo,
Diríase un convento de clausura
Sin monjas y sin fe.
Sin fe en mi propia fe
Porque en eso consiste el miedo,
En un ateísmo sobre uno mismo.
Cuando se manifestaba también lo hacía calmo.
Horadando sin voz y, sin cesar,
Quebrando de orfandad el futuro.
Era un miedo como otro cualquiera,
Pero propio.
Tan propio como la decisión de domesticarlo.
Decidí conocerlo.
Me presenté a él sin ropaje
Y me correspondió con su sinceridad.
El miedo no existía,
Sólo existía yo.

jueves, 7 de abril de 2016

CAMBIEMOS TODO PARA NO MOVER NADA


La desvalorización del mundo humano 
crece en razón directa de la valorización 
del mundo de las cosas.

Karl Marx


Con esta entrada no tengo intención alguna de escandalizar al lector. Al contrario, mi deseo es hacer pensar al lector sobre lo escandaloso de aquello que damos por bueno. Sin embargo, creo que, en un principio, la exposición podrá chocar a ciertas personas, pudiendo parecer desagradable lo que pretendo defender. 
Tal vez, nada mejor que empezar por un asunto como la solidaridad que encubre desidia y, lo más importante, injusticia. Desconozco si el amable lector conoce la campaña Tapones para Valeria. Si la respuesta es afirmativa aquí adjunto un enlace donde se describe la situación de la niña y su familia:


Creo recordar que, a fecha de hoy, ya han conseguido el dinero necesario (es posible que me patine la memoria y esté equivocado), para que puedan intervenir a Valeria en Boston y la niña pueda estar con sus padres en ese duro trance. Lo que a simple vista parece un acto magnífico de solidaridad en realidad encubre un acto de injusticia y de dejadez como sociedad. Veamos por qué.
¿Qué ocurriría si la familia no recauda el dinero? La respuesta parece obvia: la niña moriría, existiendo la posibilidad de que esto no ocurra. ¿Quién es el encargado de velar por la salud de los ciudadanos españoles? Resulta obvio, las administraciones (la central o las autonómicas). ¿Quién hace dejación de sus funciones en este caso? La respuesta es similar a la de la pregunta anterior. ¿Qué hace la gente cuándo las administraciones no cumplen con su obligación? Una campaña solidaria, lo que está muy bien, pero, además, deben exigir a quien corresponde que cubra todas las necesidades de cualquier ciudadano enfermo, por muy costosas que sean. O, en otras palabras, debemos exigir que se salve la vida de una niña, pagándolo con el dinero de todos, por muy costosa que pueda parecer la intervención, cosa que no es real por dos motivos:

- Una vida no tiene precio.

- Los presupuestos generales del Estado, sin incluir CCAA y otras entidades locales, para este año superan los 300.000 millones de euros. ¿De verdad no se puede detraer una cantidad mínima para salvar una vida? En especial cuando se dilapida dinero en campañas de sensibilización, que sólo sirven para subvencionar de manera encubierta a los medios de comunicación.

Algo tan obvio no parece importar mucho al personal, que prefiere hacer caridad con sus sobras a exigir el derecho a la vida de una persona. Tal vez, sólo tal vez, sea una forma de hacernos sentir mejor, porque ayudamos a alguien que lo necesita, y, de paso, no nos cuestionamos por qué lo necesita. Todo esto mola hasta que te toca a ti.
Voy a contar una cosa que aún va a trastocar más al lector. Mis inicios en la educación especial fue en un centro de personas con parálisis cerebral infantil. La persona que gestionaba ese centro, una excelente profesional de la que aprendí muchísimo, tenía entre ceja y ceja conseguir sillas autopropulsadas (eléctricas) para que los adultos con problemas de movilidad pudiesen deambular de manera autónoma por el centro. Algunos propusimos acudir a un conocido programa de una televisión autonómica para conseguir la pasta (mucha pasta) que se necesitaba. La respuesta fue contundente: ¡No! Los chavales no son monos de feria, a los que se muestra para dar pena y recaudar pasta.
La historia acabó muy bien. Con la ayuda de los padres, la inteligencia de la directora y alguna cosa inconfesable se consiguieron varias sillas autopropulsadas.
El lector podrá pensar que mis neuronas han derrapado. Nada más lejos de la realidad. Cuando veo la foto de un niño que necesita dinero para vivir o para tener una calidad de vida aceptable me acuerdo de esta anécdota. Piense el amable lector como se sentiría si, para que su hijo pudiese seguir vivo o pudiese acceder a una calidad de vida aceptable, hubiese de mostrar una fotografía del pequeño. Yo lo haría, pero me sentiría fatal.
De igual manera me hace mucha gracia una de las cuestiones muy en boga entre los modernos de todo tipo, que se sienten fascinados por la multiculturalidad. Sería más conveniente decir por el folklore, siempre ajeno. Una y otra vez escuchamos que gente de diferentes culturas conviven sin problemas o que en tal o cual festival se ha producido un intercambio de culturas. Por si esto fuese poco, se presenta como el no va más de la convivencia y una muestra fehaciente de lo fácil que resulta el roce entre diversas culturas. ¡Solemne majadería! Para empezar, conviven personas que tiene una cultura en común: la de querer convivir, sin importar las creencias, razas o procedencias. La prueba más clara de la majadería de atribuir esta convivencia a la multiculturalidad es que el vecino del quinto puede ser un neonazi o un yihadista, y ambos comparten la misma cultura que otros dos que pueden vivir un piso por encima o por debajo y que sólo quieren llevar una vida normal.
Podemos seguir diciendo que los muchos de los que defienden esa multiculturalidad, no todos, suelen babear ante el folklore ajeno y obviar, cuando no menospreciar, el propio.
Pero, lo más divertido del asunto, resulta ser que en esa multiculturalidad, o como sea, se obvia asuntos de las "culturas" ajenas que no molan, como el machismo, la violencia contra los niños... Cuestiones que prefieren ocultarse, porque mola más decir que se es colega de una minoría, cuanto más exótica mejor. Para qué indagar en lo que no se debe. Unos bailes, un poco de comida y tira millas.


En el otro ámbito, el de la gente de derecha que no tiene miedo a decir que es de derechas, existe un par de cuestiones que me resultan muy, muy graciosas, aunque hoy sólo abordaré una. Existe un mantra que defiende una cierta justificación hacia los grandes defraudadores, por la gran cantidad de impuestos que deben pagar. Resulta curioso, si yo incito a alguien a atropellar a otra persona (cosa que nunca haré) cometo un delito. Si un fulano ampara a personas que son delincuentes, por defraudar a las haciendas de los estados tal cantidad de dinero que se considera delito, son ideólogos. ¡Con dos cojones! Contribuir al malestar de un país se considera ideología.
Pero en lo que todos, todos, todos coinciden en el estúpido lema tan extendido que reza: "No estoy de acuerdo con lo que dices, pero lo respeto". Craso error. Una estupidez siempre debe considerarse una estupidez y no debe merecer respeto alguno. Si yo digo que a las tres de la tarde es de noche, mi idea no merece respeto alguno. Se trata de una gilipollez y como tal debe ser tratada. No existe ningún problema en decirlo. Se suele confundir respetar los derechos de una persona con respetar todo lo que hace, o dice, una persona. Cuando un tipo defiende que todos los negros son inferiores, o cuando una conocida tuitera defiende que todos los hombres, por el mero hecho de ser hombres, somos malos con las mujeres, habrá que decir que lo que defienden es una mierda y no merece respeto alguno. Tan sencillo como eso.
He puesto estos cuatro ejemplos para intentar hacer reflexionar al lector sobre esta sociedad absurda donde se ensalza lo superfluo, se es solidario, en muchos casos de boquilla, para no mover el culo y cambiar la sociedad, buscando justicia social para todos. En una sociedad donde se presume de enrollado con el distinto. Una sociedad donde se llega a justificar que unos pocos lo tengan casi todo, en perjuicio de una gran mayoría, que puede llegar a vivir en la miseria (como ocurre en países no muy lejanos al nuestro). Una sociedad en la que se penaliza decir que un gilipollas es gilipollas, porque hay que ser respetuoso, o algo así. Una sociedad donde se vive atenazado por la sumisión a la moda; donde no resulta conveniente decir tales o cuales cosas, porque enseguida te ponen una etiqueta. Una sociedad esclerotizada, que premia la estupidez y obvia, cuando no reprime, a quien clama contra la estulticia y la importancia de las formas vacías. En el fondo, lo han conseguido, nos ha adormilado para hacer que sólo cambie nada, pero, a cambio, tenemos la impresión de que somos solidarios, multiculturales, respetuosos y, si me apuran, hasta revolucionarios.
Pero, querido lector, piense una cosa: es posible que sea uno de sus familiares, o usted, el que necesite dentro de un tiempo que mucha gente done tapones y, a lo mejor, ese día la gente ya se ha cansado de donar tapones, porque ha pasado de moda.
Un saludo.

lunes, 4 de abril de 2016

MONÓLOGO

Tengo tan buena memoria que me acuerdo incluso de mi nacimiento. 
Mi primer recuerdo es que, de repente, me empiezo a mover rápido por un túnel con una luz al fondo. Mi vida pasó por delante de un segundo. Bueno, me sobraron 999 milésimas. 
Cuando no vi a nadie conocido en el túnel supe que no iba a morir. 
De repente alguien me agarra de la cabeza y tira de mi hacia la luz. Pensé: ¿Quién me agarra? ¿Dónde coño estoy? 
Todas estas preguntas se volaron de mi cabeza cuando escuche: ¡Empuja! ¡Empuja! Por un momento tuve un déjá vu. 
Como imagino que todos ustedes tienen recuerdos similares, prefiero contarles algo de mi vida. Algo personal. No voy a descubrirles mi edad, pero les diré que el primer pacto con Satán lo hice yo. Sí, lo mío fue anterior a lo de Jordi Hurtado. Fruto de ello es que yo conozco la Historia, y la Prehistoria, tal como ocurrieron, y no como las cuentan los libros. Les voy a poner unos cuantos ejemplos.
En el Paleolítico cuando un hombre se aburría en su cueva o no soportaba a su suegra, llamaban a sus colegas para irse de marcha, utilizando la excusa de la caza. "Cariño, me voy a cazar mamuts, que los astros son propicios para la caza estos tres días. Lo ha dicho el hechicero Raphael Ugg". Encima, como la cosa tenía su riesgo, sobre todo cuando ibas borracho tras dos días de fiesta (por eso las autoridades recomendaban: Si bebes, no caces), la mujer se preocupaba. Bastaba con recordar que un mamut daba de sí para seis abrigos nuevos, para convertir la preocupación de la mujer en esperanza y alegría. Bastaba ver como la mujer enviaba señales de humo a sus amigas diciéndolas que en breve cambiaría de vestuario. 
Sin embargo, la suegra era otra cosa. Tenía el colmillo retorcido y siempre se olía que lo de la caza era una excusa. Empezaba entonces el recital de pullas: "Cómo os hagan soplar, no llegáis ni al bosque de al lado". "Lo único que vais a coger es una merluza paleozoica"... Y así todo el rato. Daba igual nosotros a lo nuestro.
Pero una suegra con tiempo es un peligro y ¡vaya si lo fueron! 
El descubrimiento de la agricultura, y por ende el nacimiento del hombre sedentario (sin excusa para irse de marcha con los amigotes), fue cosa de una suegra cabreada con su yerno. El yerno, un viva la deidad femenina de la fecundidad, se pasaba todo el día de cacería con los colegas. La suegra, muy cuca ella, estuvo varios años rumiando como joder al marido de su hija y cuando comprendió que sacar a flote una cosecha implicaba unas labores que requerían quedarse en un sitio de manera estable dijo: "Le pillé por los huevos". Y así fue. Además, en un principio, durante veintisiete siglos implantaron la ley seca por lo que el hombre, y la mujer, tuvo tiempo para descubrir los metales (lo que alegró sobremanera a las mujeres, que vieron como pasaron del collar de conchas al de oro y plata), inventar la rueda... Luego inventaron el fútbol y se jodió todo.
También recuerdo, como si fuera hoy, otras épocas. Tal vez la historia que más gracia me hace, por lo distorsionada que ha llegado a nuestros días, sea la historia del Mío Cid. Yo le acompañé en los dos destierros (en realidad sufrió dos destierros) y debo decir que cuando emprendimos camino hacia el levante, lejos de cabalgar con sus fieles por la Meseta, tomamos un tres de Media Distancia, con su aire acondicionado y todo. No era tan cómodo como el AVE, pero en ese momento se estaba construyendo la línea que iba hacia el Este de España. 
De igual modo lo de los infantes de Carrión y las hijas del Cid resulta una gran mentira. Para empezar eran condes. Luego, a pesar de lo que la gente cree, los de Carrión eran unos pobrecitos. En realidad, las hijas del Cid eran unas haraganas, feas y maleducadas. Los infantes, hasta las narices de ellas, solicitaron el divorcio, a lo que las hijas del héroe burgalés no se opusieron, pero querían quedarse con la mansión de los Carrión y una pensión anual de 25 libras de oro. Los infantes, que habían heredado la casa de su familia, dijeron: ¡Por aquí!
Jimena, la madre de las futuras divorciadas, era muy amiga del rey, Alfonso VI, y se dedicó a comerle la cabeza un día tras otro. Le daba igual una recepción, un banquete o utilizar el grupo de whatssapp de los colegas del rey. El monarca, un poco bastante hasta las pelotas de la mamá, accedió a las peticiones de ésta: casa y pensión. Sin embargo, el mandatario regio sabía que había utilizado mal su poder y tenía cargo de conciencia. Tras unos días con lo ocurrido en la cabeza encontró la solución. Habló con su amigo Nuño Marhuenda, director del Mester de Juglaría, y le ordenó que publicase una historia donde los infantes de Carrión quedasen como el culo. El devoto y monárquico Nuño habló con un becario, al que le encargó que narrase en verso una versión de los sucesos que no implicase al rey y en la que saliese alguna minoría étnica, por eso de ser políticamente correcto. Y ése, y no otro, fue el origen de esa obra que ha llegado a nosotros con el nombre de El Cantar del mio Cid.
Recuerdo muchas más cosas, pero no quiero aburrir a nadie con mi vida. De todas formas las señoritas de buen ver que deseen un pase privado no duden en consultarme, puedo contarlas y enseñarlas todo aquello que sea menester.

viernes, 1 de abril de 2016

UNA SONRISA Y UNA PALABRA AGRADABLE

El secreto de la educación reside en respetar al pupilo.
Ralph Waldo Emerson.

La gran mayoría de entradas de este blog, tal vez todas, se basan en sucesos de mi vida. Una conversación, una noticia, sentimientos... Incluso el humor, si lo tengo, suele asociarse a hechos, o personas, que me ocurren, contemplo o junto a las que vivo alguna circunstancia. Como no podría ser menos, y más tras este prólogo, lo que a continuación voy a referir surge fruto de una experiencia personal. 
Ayer mantuve una conversación con la orientadora (la psicóloga para que nos entendamos, aunque ella es pedagoga) que acude a mi centro. Digo acude porque en Educación Primaria los orientadores van a los centros un día cada semana, cada dos semanas o casi nunca, depende del tipo de colegio. La charla, que surgió de manera casual, trató uno de los temas que más me fascinan, y desgradan, de la educación: los niños con capacidad desaprovechada y etiquetados como vagos, poco listos o cualquier otro calificativo que cualquiera conozca o utilice. Se trata de esos pequeños a los que alguien, con un tremendo poder, que no sabe que tiene, decide encasillar dentro de los alumnos que tienen problemas para adquirir los conocimientos propuestos para el resto de su grupo-clase. Alumnos que, en muchas ocasiones, acaban pasando a mí. Dicho encasillamiento se suele hacer desde mi pequeño y, ¡milagros de la adivinación!, suele permanecer durante toda la escolaridad. Sin embargo, a uno no le cabe duda de que la autoprofecía cumplida (Efecto Pigmalión) influye bastante en ese alto nivel de acierto del personal. Para que al lector no le quepa ninguna duda de lo que hablo pondré un ejemplo que conozco de primera manera.
Una niña de corta edad, con problemas en su hogar, que de manera habitual se encontraba "en su mundo" y que mostraba poco o nulo interés por las actividades de clase. Alguien observó que los mensajes que le llegaban a la alumna consistían, por lo general, en afirmar que era lenta, que no realizaba bien las tareas... En resumen, mensajes que ponían en cuestión su capacidad. Resultó curioso que bastase alabar un par de veces su rendimiento, en un principio su pequeño rendimiento, para que éste aumentara de manera exponencial en muy poco tiempo. Por cierto, con alegría tanto para los profesionales como para la niña. Mi pregunta al lector es: ¿qué hubiese ocurrido de no haber continuado el bombardeo de mensajes negativos? La respuesta parece obvia.
Volviendo a la orientadora, ambos teníamos claro que la versión negativa del Efecto Pigmalión (ninguno de los dos lo llamamos así) no resulta ajena a nuestro quehacer diario. Digo nuestro quehacer diario, porque ciertos especialistas somos los que tenemos que acabar trabajando, de una u otra manera, con una parte del alumnado marcado por las expectativas ajenas. Merece la pena añadir que dichas expectativas pueden venir tanto de padres como de docentes, o de ambos a la vez. Casi seguro que el lector habrá escuchado a algún padre o madre hablar mal de su hijo, delante de él, repetiéndose este tipo de comportamiento con cierta frecuencia.
En educación existe un término, curriculum oculto, que hace referencia a todo aquello que transmitimos los docentes, de lo que no somos conscientes. En general, se refiere a valores, actitudes... Alguien podrá pensar que esto no debería ocurrir, pero resulta imposible que no suceda. Todos los seres humanos nos movemos en nuestros entornos a diario por una serie de normas no explícitas, ni tan siquiera para nosotros. Tal vez, a lo más que podamos llegar, y deberíamos llegar, es a identificar, y desterrar, todas aquellas conductas que no contribuyen a mejorar la vida de nuestros alumnos. Puede que haciendo explícito lo que deseamos conseguir identifiquemos aquello que no contribuye a este fin. 
No albergaba intención de largar un rollo sobre educación al amable y, en este caso, sufrido lector. Me interesa bastante más mostrar, para concluir, una duda que he tenido desde hace tiempo y que, por arte de birlibirloque (y de una conversación) la he enfocado de otra manera.
Llevaba años preguntándome en que momento un alumno llega a creer. a interiorizar sería más exacto, que es torpe, incapaz, vago y/o fracasado. En otras palabras, cuando arroja la toalla el niño. Sin embargo, desde ayer mi pregunta es otra: ¿cuántos elogios a tiempo hacen falta para que un niño aumente su autoestima y su sentimiento de eficacia académica?
Sé que, en el fondo, se trata de la misma pregunta, planteada de manera positiva. Pero tal vez el meollo del asunto reside en eso mismo; en plantearlo todo de manera positiva. En considerar que todas las personas son capaces de progresar durante toda su vida. En interiorizar que nadie conoce las capacidades reales de los demás. En pensar, de manera humilde, que en ocasiones los chavales no avanzan porque nosotros, los docentes, no somos capaces de incentivarlos.
Siento si he transmitido una imagen pesimista del sistema educativo, pero, en ocasiones, no siempre ni mucho menos, lo que percibo es lo que he descrito.
Un saludo.